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El colapso silencioso de la mente del venezolano

Fuente: Correo del Caroní
Representación visual del análisis neuropsicológico venezolano
El colapso silencioso de la mente venezolana es una tragedia que supera la simple estadística sanitaria. La cifra revelada por AVEPANE, indicando que dos de cada diez venezolanos podrían sufrir algún grado de discapacidad cognitiva, no es solo un dato de salud; es la radiografía de una sociedad con el pensamiento comprometido.

Esta vulnerabilidad neuronal no surge de la nada, sino de la confluencia de fuerzas devastadoras. Es el resultado de una "tormenta perfecta" neurobiológica: años de desnutrición crónica que han privado al cerebro de los nutrientes vitales (proteínas y micronutrientes), comprometiendo el desarrollo de la Corteza Prefrontal (CPF). La CPF es nuestro centro ejecutivo, responsable de la toma de decisiones complejas, el razonamiento abstracto y la planificación a largo plazo. Al mismo tiempo, el estrés tóxico sostenido de vivir en una Emergencia Humanitaria Compleja (EHC) mantiene la amígdala (el centro del miedo) hiperactivada, desviando recursos mentales de la cognición superior hacia la simple supervivencia. El Dr. Robert Sapolsky, neuroendocrinólogo de Stanford, subraya que el estrés crónico obliga al cerebro a convertirse en un órgano primitivo y reactivo.

Cuando la Corteza Prefrontal falla en su capacidad para procesar la ambigüedad y la complejidad de la realidad, la mente, exhausta, se refugia en un mecanismo de defensa psicológico conocido como simplificación radical.

La búsqueda desesperada de figuras mesiánicas o salvadoras es una manifestación de esta fragilidad. Es una regresión al pensamiento mágico donde el individuo, sintiéndose sin recursos mentales para afrontar el caos, externaliza su agencia y delega su destino. El líder idealizado no es analizado; se convierte en un ancla emocional, un padre todopoderoso en el que se proyecta la capacidad de resolver lo irresoluble.

No es casualidad que, en este caldo de cultivo, florezca el fanatismo político, tanto hacia figuras locales como internacionales. La mente, buscando detener el caos a toda costa, activa un mecanismo de transferencia emocional y lealtad tribal. Como explica la Dra. Vamik Volkan, psiquiatra especializada en trauma masivo, el líder ofrece una "promesa de reparación" para las heridas narcisistas colectivas, y por eso, la crítica es percibida como traición porque amenaza la fuente de seguridad emocional del grupo.

El razonamiento es sustituido por la fe ciega, y los discursos polarizadores y simplistas encuentran un eco poderoso, mientras que las propuestas técnicas, complejas y realistas, que exigen esfuerzo mental, son recibidas con desconfianza o indiferencia.

Esta dinámica es profundamente explotada por actores políticos. El discurso ya no necesita coherencia, solo debe apelar a las emociones primarias y a la lealtad tribal. Se ofrece un enemigo externo o interno fácil de identificar (el "villano"), lo que activa el sesgo de identidad social y anula la necesidad de autoanálisis. La desinformación y la propaganda encuentran un terreno fértil donde los "anticuerpos del pensamiento crítico" están debilitados. La noticia falsa que confirma la narrativa del grupo es aceptada instantáneamente, mientras que la información matizada es rechazada.

Las consecuencias de esta intersección entre problemas cognitivos y fanatismo son profundas y paralizantes. Se socava la posibilidad de un debate público sano, se anula la autocrítica y se perpetúan ciclos de dependencia.

Por lo tanto, la solución a la crisis no puede ser solo política; es, ante todo, una emergencia humana y neurocientífica. Reconstruir el país pasa irremediablemente por rehabilitar las capacidades mentales de sus ciudadanos: garantizando nutrición para la neuroprotección, reactivando un sistema educativo que promueva el pensamiento crítico y creando redes de apoyo psicosocial que restauren la autoeficacia y mitiguen el estrés tóxico.

Solo fortaleciendo estas capacidades individuales y colectivas, la sociedad venezolana podrá relacionarse con sus líderes desde un lugar de fuerza y discernimiento, y no desde la vulnerabilidad, el miedo y la necesidad infantil de un mesías. La verdadera inclusión debe extenderse a potenciar las mentes de todos, porque una democracia sana no se construye con ciudadanos cognitivamente empobrecidos, sino con personas capaces de pensar por sí mismas.